El Patriota Argentino
Sembrando patria!
lunes, 2 de abril de 2012
Soldado Mosto "El ángel de los pozos” (Malvinas-Gualeguaychú)
Soldado Mosto "El ángel de los pozos”
(Malvinas - Gualeguaychú)
A 30 años, recuerdan los últimos días compartidos y hasta lo hacen con una sonrisa.
Elsa Mosto es la hermana del soldado Carlos Mosto: un hijo de Gualeguaychú que dio la vida por la Patria. Su cuerpo descansa en las islas, pero su recuerdo vive en cada anécdota de su familia y en cada espacio que él hizo propio.
Carlitos, como le decían sus hermanos, tenía 23 años cuando fue a la guerra; “de carácter alegre, reflexivo y positivo; le gustaba la joda sana y era una persona muy compañera y servicial” según lo describe su hermana.
Estudió y terminó la primaria y la secundaria en la escuela Normal. Hoy, una de sus aulas lleva su nombre en homenaje a aquel alumno que se convirtió en héroe. Al finalizar la escuela, viajó a La Plata donde estudió tres años de medicina.
De familia de seis hermanos, era muy compinche con Elsa, con quien se llevaba apenas un año y nueve meses. “Nos contábamos todo y compartíamos muchas cosas”, aseguró Elsa.
El conscripto Mosto
Por la prórroga pedida para poder estudiar, Carlos Mosto tuvo que hacer la conscripción con los chicos de la clase 62. “Él era de la clase 59 pero lo hizo con los muchachos de la clase 62 hasta que terminó y le dieron la baja”, relató su hermana.
Inmediatamente viajó a Gualeguaychú a disfrutar de unos días vacaciones, antes de comenzar nuevamente con los estudios.
Gualeguaychú, 9 de abril de 1982: la familia Mosto estaba reunida alrededor de la mesa luego del almuerzo. Algunos conversaban en el sillón del living cuando una vecina entró a la casa con una radio debajo del brazo y dijo: “Carlos, están llamando a la clase 62”.
La familia de Carlitos quedó entre sorprendida y angustiada por la noticia. Los padres del soldado lo llevaron a una habitación y le dijeron “que si no quería ir, que no vaya”.
“Cuando te llamaban por televisión o por radio, tenías que incorporarte donde habías hecho la conscripción. Él se tenía que presentar sí o sí, pero no tan enseguida del llamado”, relató Elsa Mosto. Además, aseguró que su hermano “dijo que sí, que él iba a ir”.
La despedida fue en la vieja Terminal de colectivos ubicada en Bolívar y Chalup. “Se fue el 9 de abril a las 15, pero salieron de La Plata el 16. Ese día nos llamó por teléfono antes de viajar a Puerto Argentino”, recordó Elsa.
“Nunca me voy a olvidar de su imagen –contó su hermana- estaba vestido con un pantalón de jean y una camisa de jean un poquito más clara que el pantalón. Cuando partió el colectivo yo lo miré y él no nos miraba, estaba con el brazo apoyado en el vidrio y se tapaba la cara porque sabía que lo iban a llamar. Él tenía esa intuición y a mi me lo dijo”.
“Hay algo que me está pidiendo Dios”
Una conversación de hermanos en la vereda y una sensación de Carlos que no podía describir: “Él no tenía miedo porque desde el 2 hasta el 9 de abril habíamos conversando en la vereda y me decía: ‘yo no se qué es lo que me pide Dios pero yo tengo algo acá adentro que es como que Dios quiere que yo haga algo pero no se qué, me decía”.
Su hermana Elsa le preguntó: “¿querés irte de cura o tenés miedo que te maten? Así fueron las palabras que yo le dije a él. Levantó las manos y me dice: ‘si tengo que ir y morir allá que sea la voluntad de Dios’. Con todo lo que habíamos conversado, dentro de mío sentía temor”, dijo Elsa.
Los días en las Islas
Por sus estudios de medicina, el soldado Mosto era el médico del grupo. Curaba a sus compañeros y muchos lo recordaban por haberlos ayudado a sanar una herida o curar una alergia.
7 de junio de 1982: Carlos Mosto llamó a su familia por teléfono, desde las islas. Según recuerda su hermana Elsa, “no pudimos hablar mucho porque estaba debajo de un escritorio porque estaban en pleno bombardeo”.
Ese día, fue la última vez que Elsa, sus padres y Carlitos se escucharon la voz.
11 de junio de 1982: Con 23 años, el soldado Mosto murió en la cocina de uno de los campamentos. Sentada en su cocina y con los ojos llenos de lágrimas, Elsa Mosto recuerda que “él le fue a buscar azúcar para el café de un compañero. Cuando entró en la cocina, había otro compañero que vio el avión que venía. No se si se asustó, o qué le pasó pero no le pegó el grito para avisarle que venía un avión. Y ese avión, tiró una bomba que cayó en el medio del edificio”.
Al finalizar el bombardeo, los soldados debían formarse. Uno de sus compañeros alertó: “falta Carlos”, y todos se dirigieron a la cocina para ver cómo estaba el soldado.
“Estaba debajo de los escombros y boca arriba. Él tampoco sintió el avión, porque sino, se hubiese tirado boca abajo, y de esa manera, la onda expansiva no te afecta el corazón”, explica la hermana del soldado.
Cuando lo encontraron sus compañeros, Carlitos Mosto “respiraba muy leve y nos dijeron que cuando lo sacaron de abajo de los escombro la llamaba a mamá y ahí se quedó muerto en los brazos de los compañeros”.
Lo cargaron en una ambulancia para trasladarlo a un hospital donde lo esperaban para atenderlo, aunque el Carlitos Mosto, ya había muerto.
“Con la cara llena de vida”
Luego del bombardeo que le llevó la vida al soldado de Gualeguaychú, un sacerdote lo recibió en un hospital donde trasladaban a los heridos y fallecidos. Tiempo después, el mismo sacerdote conoció a la familia del soldado Mosto.
Elsa recuerda que “él vino a visitarnos y nos dijo que le pegaba en la cara porque no podía creer que fuera un chico muerto, porque estaba lleno de vida. Todos los muchachos que recibía estaban con cara de miedo, de terror, pero él no. Él tenía la carita llena de vida y no podía creer que estuviera muerto”.
Sus compañeros lo recuerdan por su espíritu siempre alegre y positivo. Así, Elsa y su familia reconstruyó los últimos momentos de su hermano por los cuentos y relatos de otros soldados.
Elsa Mosto lo resume con claridad y emoción: “en los últimos días de su vida, él iba a las trincheras y si veía a un compañero llorando o triste lo hacía cantar, le rezaba la Biblia. Y cuando cantaban, se olvidaban del miedo y no pensaban en nada. Él los divertía y salían todos cantando”.
Y sostiene que su hermano “seguro que no tiró ni un solo tiro; su función ahí era otra, era animar y cuidar a sus compañeros, eso era lo que le pedía Dios y por eso le decía, el ángel de los pozos”.
Diario El Dia, 2 de abril 2012, Gualeguaychu, Entre Rios, Arg.
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