Las últimas horas del Belgrano
Testimonios de la tragedia del 82 que costó 323 vidas
Testimonios de la tragedia del 82 que costó 323 vidas
"Venía por el pasillo y sentí un impacto fuertísimo y una explosión. Se movió todo. El piso temblaba. Estaba oscuro. El silencio era total. Después, escuché una voz que decía: "Tranquilos, tranquilos que no pasa nada..."."
Aunque aún no lo sabían, el sacudón y la explosión posterior los había provocado el impacto de dos torpedos MK8 lanzados por el submarino nuclear Conqueror, de la armada británica.
El viento soplaba a 120 kilómetros, las olas medían 12 metros, la temperatura era de 10 grados bajo cero, con menos 20 de térmica, y la del agua, de casi cero grado.
Estaban en medio del Atlántico Sur, al este de la isla de los Estados y al sur de las islas Malvinas. Para las cartas navales, a los 55º24'S y 61º32'W.
El crucero sería la primera víctima en la historia de un submarino nuclear, y en su caída a 3000 metros de profundidad arrastraría a 323 tripulantes, y a las últimas, desesperadas negociaciones políticas para impedir la guerra.
El ataque sorprendió a todos. Fue tan fugaz -entre un impacto y otro hubo sólo 30 segundos- y terminante: en menos de una hora, el crucero, una mole de 13.500 toneladas, 185 metros de largo, 18 de ancho y 37 de alto, se fue a pique.
La posición del Conqueror en el momento de la agresión era óptima: estaba diez kilómetros al sur de su blanco, y en sus radares debe de haberse visto nítido el perfil del crucero.
Según el comandante del Belgrano, el capitán de navío Héctor Bonzo, "la velocidad de los torpedos era de unos 40 a 45 nudos (unos 60 kilómetros) por hora, y no se vieron las estelas por dos razones: venían a cinco metros de profundidad y el mar estaba encrespado".
Las evaluaciones posteriores determinaron que la cabeza del primer proyectil, el que a las 16.01 dio en la sala de máquinas de popa, ingresó dos metros dentro del buque antes de explotar, haciendo un boquete de 20 metros de largo por 4 de ancho.
La onda expansiva abrió una chimenea de quince metros de alto, que atravesó cuatro cubiertas y deformó la quinta, que era la principal.
Por el rumbo abierto por el torpedo, el Belgrano embarcó en segundos 9500 toneladas de agua.
El segundo proyectil dio en la proa treinta segundos después. Varios testigos vieron cómo se elevaba con violencia una columna de agua y hierros, y al caer habían desaparecido 15 metros del buque.
Este impacto no causó víctimas, y tal vez ni siquiera fue necesario: "De los 323 muertos del Belgrano, creemos que 270 murieron durante el primer impacto", cuenta Bonzo.
¿Cómo hizo el Conqueror para descubrir al Belgrano?
Por ahora nadie lo sabe, y sólo se manejan hipótesis. Las dos más concretas son:
Que la base naval chilena de Punta Arenas haya transmitido la posición del crucero al agregado militar británico en Santiago.
Que algún espía británico en Ushuaia haya informado la salida del buque el 24 de abril e inferido su ruta, que hasta entonces era secreta.
En un caso u otro, lo cierto es que el 25 de abril el submarino estaba en la zona de Georgias, donde fue detectado por los comandos del grupo Lagartos de la Armada Argentina.
Al mando estaba el teniente Alfredo Astiz, y el aviso sobre la posición del Conqueror fue su última (¿única?) acción de guerra: al día siguiente firmaba su rendición ante el capitán inglés Nicholas Baker.
Para el 1º de mayo, el submarino ya había llegado al este de la Isla de los Estados, y desde allí observó por periscopio el abastecimiento del crucero en alta mar.
La cacería había comenzado.
El Belgrano tenía su historia
Botado en Arizona el 12 de marzo de 1938 como Phoenix, sirvió a la Armada de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.
El 7 de diciembre de 1941 estaba en Pearl Harbor cuando la base fue atacada por los japoneses. El buque respondió el ataque, no fue alcanzado por las bombas, y desde entonces peleó en el Pacífico y en el Indico.
En marzo de 1946 fue desafectado de la flota norteamericana, y en 1950 fue comprado por la Argentina en 4 millones de dólares. El 12 de abril de 1951 izó por primera vez la bandera de nuestro país, y desde entonces pasó a llamarse 17 de Octubre.
El 16 de septiembre de 1955 el crucero se encontraba en Golfo Nuevo, con el resto de la flota sublevada contra el peronismo, y desde allí se desplazó hacia Buenos Aires.
Dos días más tarde, el buque llegó al Río de la Plata enarbolando la insignia del comandante de la Marina de Guerra en Operaciones, el almirante Isaac Rojas, que había constituido su comando a bordo.
Finalmente, el 22 de septiembre de 1955, un mes después de la caída del peronismo, el buque pasó a llamarse General Belgrano, "dada la inconveniencia de mantener en las unidades navales nombres de personas o hechos cercanos en el tiempo".
Para el 29 de abril de 1982, la flota argentina había sido dividida en tres grupos de tareas que operaban en el Atlántico Sur.
El GT3, ubicado en cercanías de la Isla de los Estados, lo integraban el Belgrano, los destructores Piedra Buena y Bouchard y el buque tanque de YPF Puerto Rosales.
El plan táctico para el Belgrano era acercarse a Puerto Argentino desde el Sur, para envolver a la fuerza británica que había comenzado a bombardear la posición.
La maniobra debía coincidir con el bombardeo de los aviones navales desde el Norte, pero en la tarde del 1º de mayo se suspendió: insólitamente, en la zona no había viento y los aviones no podían despegar.
En la madrugada del 2 de mayo, el contralmirante Gualter Allara había ordenado el repliegue de los buques. La instrucción al Belgrano fue dirigirse a posiciones de menor profundidad (no más de 120 metros) para evitar la presencia de los submarinos nucleares.
El viejo barco navegaba solo, y el Piedra Buena y el Bouchard lo seguían a unos diez kilómetros al Este, con las transmisiones de radio cortadas, haciendo escucha hidrofónica.
Se había pasado del alistamiento de batalla, una especie de alerta rojo, a la situación de crucero de guerra: sólo un tercio de la tripulación estaba en sus puestos de combate. Otro tercio descansaba, y el restante trabajaba o comía. El menú de esa noche no habría desesperado a los gourmets: habría albóndigas con papas hervidas.
El buque había dejado Puerto Belgrano el 16 de abril, 14 días después del desembarco de las tropas argentinas en Malvinas.
Aunque la invasión se había iniciado el 2, el crucero estaba en mantenimiento y no pudo sumarse enseguida a la operación.
¿Era apto el Belgrano para estar en la primera línea de combate?
Su comandante, el capitán de navío Héctor Bonzo, es terminante: "Era un buque absolutamente operativo. Hasta 1981 había ganado el premio del diario La Prensa al mejor tiro de combate de la Flota de Mar. Estaba equipado con misiles antiaéreos CA-Cat y tenía una coraza de acero de 2,5 centímetros de espesor. La tripulación estaba perfectamente entrenada y el buque se modernizaba año tras año".
Otras fuentes tienen opiniones diferentes. Un alto jefe militar, con participación en la Guerra de Malvinas, dijo a La Nación: "El Belgrano no estaba en condiciones de combatir. Lo prudente hubiese sido que se quedara en el puerto".
En rigor, el Belgrano nunca entró en combate, pero se convirtió en una trampa para todos sus tripulantes.
EL BELGRANO NO ESTABA EN ZONA DE GUERRA
Ley 25.546
Declarase lugar histórico nacional y tumba de guerra al área donde se encuentran los restos del buque Crucero A.R.A. General Belgrano y de los 323 tripulantes que allí reposan, hundido el 2 de mayo de 1982 en la zona económica exclusiva argentina.
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"El crucero llevaba a dos cantineros que eran hermanos: los santiagueños Heriberto y Leopoldo Avila. Eran los únicos civiles a bordo"
Al momento de desatarse el conflicto bélico, en pleno febril alistamiento del Crucero para ir a la guerra, el comandante de la nave les comunica a los Avila que deben desalojar su lugar de trabajo, ya que militares por él designados se harán cargo de la cantina durante lo que duren los combates.
Ambos hermanos resistieron con firmeza la decisión del jefe. Ellos querían ir a la guerra, querían seguir con sus tareas dentro del buque aún en su condición de civiles. Lo entendían como una obligación y un servicio.
Frente a la férrea determinación de los cantineros, el comandante los autorizó a zarpar como parte de la dotación, por supuesto que bajo su exclusiva y propia responsabilidad.
Los Avila siguieron entonces atendiendo la cantina del Belgrano en altamar, en plena guerra, como lo hacían en tierra, como lo hicieron siempre.
Cuenta el Almirante Bonzo sobre la tarde de la fatídica explosión:...Luego fui hasta mi balsa. Me dieron el parte, pero éramos muy pocos, faltaban por lo menos cinco o seis. Allí fue donde vi al cantinero Ávila que estaba desesperado.
Era como si su piel gritara. Yo lo conocía de mis viajes en el buque escuela, en donde él estaba como ayudante de cantinero. Le pregunté qué le pasaba. Él me miró pero no me contestó, fue otra persona la que me dijo al oído ”el hermano no salió”.
Entonces ahí sí me habló Ávila -balbuceando, porque estaba verdaderamente desesperado-, y me dice “lo quiero ir a buscar”.
Le contesto que ni se le ocurra. Pero él repitió, “¡déjeme ir a buscarlo!.
“¡Ni se le ocurra!, le vuelvo a responder, agregándole:¡no sabe lo que es eso, es el infierno! Usted va para allí y no vuelve”.
En ese momento, Ávila respiró profundamente y miró el horizonte. Y era rarísimo que Ávila no te mirara a los ojos. Una cosa que siempre me gustó de él era que cuando te miraba, te taladraba con su ojos. Era un hombre franco, un hombre derecho.
Lo agarré de los hombros y lo sacudí. Lo llamé por el nombre : “Heriberto ni se le ocurra bajar!”. Míreme por favor -y el miraba para otro lado-. Ni se le ocurra. Se lo ruego”. Sin embargo ,lo fue a buscar,varios combatientes lo alcanzaron a ver zambulléndose desesperadamente en el infierno de las llamas y los hierros retorcidos. Buscaba a su hermano que allí había quedado atrapado. Ninguno de los dos regresó, se hicieron inmortales junto al Belgrano. En su puesto de trabajo. En su hogar.
El 16 de abril de 1982 zarpó rumbo al teatro de operaciones del Atlántico Sur con 1093 tripulantes, cuyo valor individual y colectivo pone en manifiesto la instrucción y el adiestramiento, así como la respuesta profesional y la actitud espiritual de estos hombres en el planeamiento de las operaciones, preparativos y efectos de esta travesía histórica.
La torre II del Crucero apuntando a estribor en el momento del ataque y no trincada en crujía (plano vertical, que divide al buque por el medio, de proa a popa) simboliza que fue hundido en combate como cuadra a un buque de guerra, con sus cañones en condiciones de repeler; cuando fue silenciado… sus marinos se hallaban prestos a batirse con dignidad y fervor, arriesgando y dando su vida por una causa justa y soberana.
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